«No se puede tener visión sin tener un sueño», decía en clase, mientras sus
alumnos dejaban de chatear en los celulares, dispuestos a escuchar un ‘trance
del profesor’. Daniel siempre empezaba el tema del día con una reflexión sobre
lo que había leído y asimilado mientras viajaba por la carretera. Su objetivo
era tratar, más allá de llenar de conocimientos a sus alumnos, modelar una
actitud, una forma de pensar.
-
Dos
más dos, no son cuatro –dijo de pronto para sorpresa de todos.
Y empezaba a decir que dos hombres y nos mujeres no son cuatro personas, ni
si quiera cuatro individuos. Podían ser dos parejas… Incluso, funcionales o
disfuncionales, «hay para todos los gustos». Pero en definitiva, dos más dos no
son cuatro. ¡Depende!
-
A
estas alturas de mi vida personal – dijo Daniel-, puedo afirmar que somos
estudiantes eternos. Que estamos aquí para aprender. Que no somos perfectos…
Daniel sintió que sí, estaba en trance, que no se puede vivir sin sueños,
el problema es que él no tenía ninguno. Todo el tiempo se había dejado llevar
por el destino y que no había hecho nada para hacerse de uno, o impedir que se
le venga encima. «Eres un egocéntrico, egoísta y narcisista», escuchó la voz de
su exesposa…. A lo que él respondía siempre de la misma manera: «Viniendo de
ti, lo tomo como un cumplido.» Pero lo cierto es que debía darse una respuesta
urgente; lo malo es que estaba en público.
Mientras esperaba que su aula se llenara, pues sus alumnos llegaban tarde
por la lejanía de la Ciudad Universitaria, o porque la gran mayoría trabajaba,
Daniel aguardaba a cada uno, dándoles la bienvenida, que ellos agradecían por
no haber tocado el tema de silabo aún.
-
Profe,
-se adelantó un alumno-, me siento mal en donde trabajo.
Luego de la queja, los demás empezaron a hacerlo en coro. Definitivamente
no estaban satisfechos con sus empleos.
-
Pero
es normal, -le dijo Daniel- es parte de su crecimiento.
Daniel les explicó varias cosas, entre ellas que lo mejor del crecimiento
es sentir insatisfacción. «Es como cuando sientes que te aprieta el zapato. Si
no lo cambias, el zapato terminará por deformarte el pié… La única solución es
cambiar de zapato.»
-
Pero,
profe, no podemos cambiar a cada rato… El trabajo no está en todas partes.
Eso es cierto, -dijo Daniel jalando una silla y sentándose-, pero la ideas
es no ir hacia el trabajo sino que éste venga a ti. Eso se llama competencias.
Hay en el mundo un lugar esperando, un sitio adecuado donde liberar todos tus
dones, habilidades y talentos. Ese lugar no lo tienes que buscar; lo tienes que
atraer. A veces, estás parado encima de él, y no te das cuenta. Hay personas
que entran como estibadores y terminan como gerentes de tienda; y otros, cuyos
talentos artísticos los lleva a representar a la empresa, a ser los
“figuritis”, los graciosos, para luego trabajar en relaciones públicas. Otros
hasta toman fotos y hacen videos, y terminan en capacitación. La cosa es saber
qué es lo que te hace ser diferente de los demás, y apuntar en esa dirección.
-
Profe,
yo bailo marinera norteña, y en la municipalidad donde trabajo, siempre bailo
cada vez que se puede, y me cae un dinerito….
Esa es la idea, hacer algo más que los otros no pueden hacer. En la gran
mayoría de veces, nos especializamos en nuestras propias carreras, y terminamos
siendo especialista; pero un sueño personal, una habilidad íntima, un don
particular, terminamos por ahogarlo en la rutina, de ser mejores, más habilidosos
en lo que hacemos, y nos olvidamos de ser. ¿Y saben por qué? Porque no creemos
en nosotros mismos. “Eso de bailar no te hará millonario”; “actuar no te hará
actor de cine”, los «¡noes!» están siempre insistiéndote, todo el tiempo, toda
la vida, hasta que terminan por vencerte.
-
Profe,
pero venimos a ser profesionales… Hacer una carrera y vivir de ella.
Por su puesto, que no hay nada más valiosos que vivir de lo que haces,
piensas y sueñas… pero hay algo más en todo eso.
»Daniel
recordó a José Sotero, su antiguo amigo de la secundaria. Se casó a los 18 años
y a los 40 ya era abuelo. Policía de profesión, trabajó en una división de
fuerzas especiales. Siempre fue un deportista excepcional, un futbolista que
hubiera podido ser profesional, pero que la vida le adelantó la vocación de
padre. Así que como deportista, pronto destacó en la escuela de policía. Lo
llevaron de entrenamiento en entrenamiento, y a ser segundo al mando de
operaciones especiales en el Vraem. Al cabo de unos años, se dedicó a la
instrucción de comandos policiales y pronto viajó a Rusia, Francia y España.
Viajes que lo molestaban mucho, porque lo alejaban de una actividad especial
para él: entrenador de futbol del Santiago Barranco.
»Todas
sus habilidades aprendidas, disciplina, trabajo en equipo, habilidad, destreza,
combinaciones de juego, capacidad de aguante, lo derrochaba con sus pupilos en
las canchas de futbol del Estadio Unión. Todos los domingos dirigía a su
escuadra como si fuera una batalla, una guerra que debía ganar, con la menor
pérdida posible de ánimo, que es lo que debía crear, más que el entrenamiento propio
del equipo. Antes incluso de empezar el campeonato, hacía que los once
Santiaguinos acariciaran una copa de oro. Daban tres golpes con el pie, “a paso
de vencedores”, y durante 7 años que dirigió al equipo, 5 había logrado el
campeonato.
»Pero
Sotero vivió muchos años en una quinta en Barranco con su esposa y tres hijos.
Su sueldo no alcanzaba para satisfacer todas sus necesidades, pero él vivía
feliz, viajando y entrenando a su equipo, aprendiendo y tratando de utilizar
las técnicas policiales al manejo de la actitud y pensamiento de guerrero para
su equipo de barrio. Nunca dejó de jugar pelota. Era como decirles a todo el
mundo que es fácil, que todo es fácil. De esta manera, el mejor colegio becó a
sus hijos; y estudiaron gratis inglés y francés. Su esposa no creía en él, pues
muchas veces le dijo que su sueño parecía ser el de entrenador de futbol de la
selección, y no hacía nada para lograrlo. Hasta el día en que le dio un beso a
su esposa, y le dijo: “Renuncio a la policía y al equipo”. Por un momento se
alegró, cuando dijo “equipo”, pero no cuando mencionó "renuncio a la
policía”. Era como si la jubilación y la vejez hubieran llegado de golpe. Pero
no fue así: “Me contrataron, -dijo Sotero con una felicidad sin límites- en el Club
Tenis para dirigir al equipo de futbol. Quieren que llegue a primera división,
voy a ganar 7 veces lo que recibo ahora y tengo un contrato por cinco años,
irrevocable. Ya tengo hasta un curso de alta dirección deportiva en la
federación…” Y Sotero siguió y siguió, entonces se dio cuenta de todo.
Sus alumnos quedaron fascinados. Cuando llegó la hora de empezar la clase,
todos estaban presentes y sabían que lo que aprenderían hoy, tenía un propósito.
Le cuento una cosa, dijo Daniel, cuando era niño era muy torpe jugando a
las bolitas, al trompo o a volar cometa. De verdad, torpe, casi un autista. Un
día aprendí, decidí hacerlo. Nunca supe para qué hasta hace unos días: le
enseñé a mi hijo a jugar bolitas y a volar cometa. Y no saben ustedes la
maravillosa tarde que pasamos juntos. Sé ahora que él hará lo mismo con el suyo
y quizás no esté para verlo, pero de alguna forma, estaré ahí.
Daniel miró la ciudad por la ventana, las luces amarillas, la noche cerrada
y sin luna, el cerro San Cristobal, la
cruz encendida y él en llamas…
Entonces, volvió a la realidad y dijo:
-
A veces, muchachos, somos como veleros,
esperando los mejores vientos; y otras, como cometas, solo podemos volar,
cuando el viento nos viene en contra. Pero en ambos casos, debemos tener
presente que somos nosotros los que llevamos el timón… -Y finalizó-: Por eso, dos más dos, nunca serán cuatro,… se los aseguro.
-
«Depende»,
profesor – Se adelantó un alumno como buscando un punto extra.
-
Sí, ‘depende’
a veces de qué, pero nunca de quién. Somos la suma de nuestras decisiones.
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