viernes, 9 de agosto de 2013

4 Un error es un error hasta que decidas corregirlo

OSCAR TENÍA 18 AÑOS CUANDO CONOCIÓ A BEATRIZ, una ejecutiva de un  grupo inversor, de 38 años y catedrática de una universidad privada, a la cual él había ingresado. Divorciada y con dos hijos que vivían con ella y con el padre itinerantemente. Cuando entró a la clase, ella se impresionó por la tez ligeramente oscura de Oscar, que contrastaba con los demás, provenientes de los mejores colegios de élite de la ciudad. “Julio Iglesias”, pensó.

Oscar no era bueno en matemáticas así que la profesora de financiera pronto lo invitó a salir para discutir y ayudarle en los temas. Cada sábado iban a almorzar a “El salto del Fraile”, “La rosa Náutica” o el “Costa Verde”. Oscar se incomodaba porque no podía pagar la cuenta, y porque, además, no estaba vestido para esos lugares. De hecho, Beatriz lo convención para comprarle algunos ternos de moda, camisas y corbatas.

Antes de llegar a la universidad, cambiaban de lugar y él bajaba unas cuadras antes. La relación entre alumnos y maestros, aunque sea por consentimiento y mayores de edad, estaba prohibida. Pero como decía su madre “la mentira tiene patas cortas”, Beatriz fue llamada por el decano quien le advirtió que sabía lo de su relación con un alumno.

-          No puedo dejar la universidad, Beatriz –le suplicó Oscar.

-          Hazlo por mí… Tengo una carrera hecha. Pronto dejaré de ser ejecutiva, seré muy cara… La cátedra y mis asesorías serán mi futuro, y no lo puedo perder. Te amo. Mis años pasan, Oscar, entiende. Todo lo que hago, lo hago por ti.
Oscar no soportó las miradas indiferentes y sancionadoras de sus padres. El día a día se convirtió pronto en pesadilla, que decidió irse a vivir a un departamento en Jesús María, donde se encontraba con Beatriz. Ella daba la vida por él, literalmente hablando. Él respondía con lo que podía y con lo que tenía. Quería estudiar otras cosas, pero ella pagaba el departamento y sus gastos. Entró a trabajar a una empresa generadora de luz eléctrica y, aunque ganaba muy bien, tenía que pagar ahora, los restaurantes caros de Beatriz.

-          Voy a terminar mi carrera. Regreso a la universidad.
Cinco años habían pasado desde que dejó la universidad. Ahora estaba dispuesto a terminarla.

-          Otra vez con eso, pero si vives a cuerpo de rey, no tienes problemas, tienes trabajo, yo te lo conseguí.
Tenía algo más importante. Oscar conoció a Marita a la salida del colegio “Teresa Gonzales de Fanning”, mientras caminaba en las vacaciones de julio. Ambos se atrajeron y no importaba la edad. Él andaba con una mujer mayor, “¿por qué una chica menor no podría andar con él?”, pensó. Pronto se iban al cine, escondía los boletos. A veces tenía que ver la misma película con Marita y con Beatriz, y hacerse el sorprendido. O mirar a Beatriz de una forma tal, que la veía como Glen Clouse, en “Atracción fatal”. Entonces, se decidió:

-          Quiero que no vengas más…
Una escena de esas terribles de mujer abandonada a los 40 y tantos. Él recordó que el esposo de Beatriz, un día, la golpeó. Ella decía que a partir de ese día, “… él murió para siempre”. Ella lloraba, “…no quiero que me dejes, hice todo por ti, para ti… A mis años me enamoré como una tonta de un muchacho sin oficio ni beneficio.»

-          No te das cuenta que eres un “don nadie”, Oscar.
Fue cuando Oscar tuvo el motivo más que suficiente: la golpeó. Una mujer nunca perdona eso: y eso es justamente lo que él quería.
Beatriz nunca regresó y Oscar se sintió libre, poderoso, capaz de todo. Se llenó de sueños. Estudió en la universidad en la misma aula que Marita. Todo iba bien. Pero, al terminar la universidad,  cuando postulaba a una pasantía o como practicante, ya estaba mayor y el sueldo que le ofrecían, no cubría los gastos de él y de Marita. Tenía más de 30 años, un departamento que pagar y una chica a quien tener al lado. Un sueldo de practicante a los 30, resulta fatal. Marita, en cambio, sí podía: era joven, tenía la experiencia y recursos de Oscar para iniciar su carrera sin problemas. Marita brillaba por su soltura y madurez que Oscar mostraba y que había aprendido de Beatriz, y mientras una recién graduada brillaba con luz propia, Oscar se apagaba. Ya no era solo mayor: era viejo.
Ya no buscó ejercer su profesión: tomó lo que había. De alguna forma, el éxito de Marita llenaba ese vacío. Dejó de vivir su vida, por la de vivir la vida de ella. “Mientras tus triunfos sean tuyos y queden en casa, yo estaré bien, estaré satisfecho de no haberme equivocado de ti”, dijo alguna vez creyendo que con ello, mostraba especie de prueba de amor hacia Marita.

Entonces, acabó.
Tiempo después de ver a Marita, Daniel, buscó en el face y encontró la página de Oscar. Tenía 2 hijos y estaba casado con una puertorriqueña, y tenía un restaurante de comida peruana en La Florida y viviendo la vida que se merecía. Lo que leyó en su muro, fue muy aleccionador, y quizás la respuesta a muchas preguntas que no quería formular:

“Cuando tengas un sueño, trata de tener la certeza que es tuyo, y de nadie más”.

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