viernes, 9 de agosto de 2013

1 Asimilando el virus: Habla ¿vas?

APENAS CUMPLIÓ CINCUENTA AÑOS, hizo un recuento de su vida. Se maravilló de las cosas que hizo, y no lamentó de ningún modo las que dejó de hacer. «Estar solo no es tan malo», pensó, mientras abordaba su viejo auto rumbo a la universidad. «Si no hice nada fue porque en ese momento, el hombre que habitaba en mí decidió que era lo correcto…»  Y se afirmaba más diciendo: «El hombre que decidió eso, tenía la razón… No tengo por qué discutir con él. Total, hay cosas que no se pueden cambiar…» Supo que la culpa era como un saco de ladrillos y que lo único que podía hacer, es soltarlo pero, correr no era la mejor opción.
Mientras avanzaba por la carretera a pleno sol, con luces encendidas -una absurda medida de tránsito que no sabía para qué se imponía-, volvió a pensar: “Estar solo no es tan malo; estar acompañado y aún así, sentirse solo, eso sí es trágico.” Luego de esquivar uno que otro auto que sin señales, luces, el brazo o cualquier otra cosa, invadía los carriles. Lamentaba que el solo hecho de manejar de un punto al otro, tenía que estar más atento a la estupidez de otros, que a las suyas propias… «Sí, a veces la vida es así… esquivamos la estupidez de otros», se dijo.

«Habla ¿vas?», escuchó una voz de un cobrador de bus en el paradero del Jockey de Monterrico. Como siempre decía el: «Hablando y haciendo. Habla, y vas», Daniel esperó a que el microbús lo dejara pasar. «Habla ¿vas?», y sí: debía continuar.
Daniel llegó a la a universidad a las 13:30, y las clases eran de 18:30 a 22:15. Tenía otras labores que sus asistentes debían cumplir y darle cuenta, antes de ingresar a clases. Pero es día, no había nadie que lo esperara en la oficina...  Almorzaría solo y preguntándose otra vez: «¿Debemos estar a la defensiva siempre?  ¿Esquivar perpetuamente las amenazas de otros?» Mientras buscaba una mesa vacía, Daniel volvía a lo mismo: «No puedes esquivar una bala, pero una emoción sí. ¿Por qué un chico enamorado o una chica enamorada, podían parar su propio mundo, por el simple de que alguien -a parte de ellos mismos-, decidió que fuera así? Estábamos perdiendo el valor más importante y es el que nos hace libres: Habla, ¿vas?».

-          Somos dueños de nuestra propia felicidad, y no le pertenece a nadie más que a nosotros mismos… aunque otros se crean o  crean lo contrario” –dijo en voz alta, sin percatarse que detrás de él, almorzaba Milagros

-          Va pal face – dijo Milagros, su asistente del turno de mañana.

Avergonzado por hablar solo y en voz alta, Daniel atinó a sonreír. Milagros en cambio, ya se había acostumbrado a esos arrebatos sonoros de pensamientos apretados en la cabeza del profesor.

-          Aún no te has ido.

-          Mire, profesor, justo ahí está Gloria. Ya me iba. Almorzar hoy porque me olvidé de cocinarme algo.
Milagros y Gloria trabajaban juntas con el profesor en proyectos de universidad virtual. Sin embargo, las dos eran diametralmente opuestas. Mientras Milagros era muy difícil de que un hombre la dominara, Gloria en cambio, bastaba que su enamorada le dijera algo, como llamarle la atención o tan solo con mirarla en forma desaprobatoria, para que se desarmara por completo, y le hiciera el peor día a cualquiera, incluso a él.

No era el primer caso que Daniel observaba en alumnos de la universidad, en la que otro individuo: enamorado, padre e incluso, un docente, tomara el control del pensamiento de uno de sus alumnos, al punto de quitarles su propia fuerza interior, su concentración, y hasta olvidarse de qué día es hoy y mucho peor, qué harán con ellos mismos, con el que viene mañana.

Gloria no era una excepción, pero quizás se estaba convirtiendo en la regla, para colmo de males. Ella tenía un par de semanas luchando contra ese virus, cuyo síntoma no existe en ningún libro de medicina, psicología, neurología o psiquiatría. Ese virus que conscientemente nos hace dejar de respirar, de vivir el día…
Desde que ingresó como su asistenta en el turno de la tarde, Gloria era una chica típica, de 22 años, a punto de terminar la carrera, enamorada, feliz, pero que cuyos estados de ánimo dependían de los estados de ánimo de su novio. Con solo verla, parecía decir: “Todo lo que hago lo hago por ti”, incluso lo cantaba en inglés

«¿Será que el amor tiene límites, entre el bueno y el mal amor?» –pensó Daniel.
«Es lógico vivir un “duelo interno” por causa de una decepción del corazón, es más prudente que auto entristecerse tal vez, pero, ¿detener el mundo por eso que quizás no valga la pena y si en caso vale, ¿sería tal vez cuestión de esperar, simplemente?», pensaba Daniel, mientras reía recordando el último post del face: ‘Estoy triste porque me dejaste, pero, con mandarte a la mierda, vuelvo a ser feliz».

Había que hacer algo. «La televisión tiene la culpa –se dijo decidido-, esa forma de amar como quien adquiere un producto cuyo resultado será en 15 días; ‘la crema reductora  aplicado en 7 pasos, para bajar la panza…’ O tal vez ‘Amor instantáneo y a cuenta gotas’. No, ya no era amor sacrificado, adolescente, ensimismado:  ‘…yo muero por ti; yo lucho y conquisto por ti’. Hay algo mucho peor en todo esto, pensó, ‘…si me das te doy, si no, me voy’, y trataba de ver las últimas películas que daban en el cine o en la TV, porque tal parecía que se habían convertido en una Biblia moderna, en un referente obligado de patrones de comportamiento a los cuales imitar», justificando sus fines de semana de claustro en su casa, con ocho películas a la vez.  
Mientras caminaba, Daniel meditaba acerca de la trampa en que habían caído muchos jóvenes universitarios, incluso él mismo, luego de su desastroso divorcio, pensaba que la disyuntiva era: o se entregaban totalmente o se restringían a tener cualquier relación. Bien sabía que no tenía en absoluto vocación de monje de clausura, o ensimismado tibetano.

Halló pues una conclusión que le hizo temblar la mano por unos instantes: El amor había dejado de ser libre, para convertirse en una transacción comercial, en algo que se podía medir… “Y  si el amor se puede medir, entonces también se puede comprar…  Quizás parta de subestimarse o tal vez de sobreestimarse. En ambos casos, es antinatural”, concluyó temerosos de esa conclusión.
Había que hacer algo, y pronto, porque el solo pensarlo, era como tener troyanos dentro de la cabeza y él sabía lo que hacen los troyanos dentro de la cabeza: salen y destruyen todo.

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