domingo, 11 de agosto de 2013

9 Nada fácil es bueno

Hacía frio en el campus universitario y los Poncianos empezaban a perder sus hojas anunciando la llegada del invierno. Era viernes y Daniel pensó ir al cine. El domingo pasaría a recoger a sus hijos para almorzar, ir a un parque o al zoológico, para luego regresarlos a su casa: La casa de su esposa. Algo que nunca podría acostumbrarse pues siempre estaba pendiente de la hora de dormir de sus hijos. Hizo todo lo posible para tenerlos cerca, no descuidarlos, cerciorarse de que estuvieran bien. Sentía una extraña sensación de ‘mamá de los pollitos’, sobre todo cuando los temblores se sucedía a cada momento en Lima, justamente con cada cambio de estación.

  Él nunca pasó un terremoto o un temblor solo, y no quería que sus hijos estuvieran con su nana o persona extraña que no fuera él mismo. Algo que por su puesto, era irracional, pero para él, tenía sentido «Y me importa poco lo que piensen los demás», se repetía una y otra vez, aunque en el fondo, pensara lo contrario, quizás hubiera podido impedir separarse de ellos.

Cuando empezaba a sentir cierto escalofrío como quien encuentra una verdad dolorosa y difícil de esquivar, sintió que alguien se acercaba a él. Era Gloria.

-          Hola profe, ¿por qué tan tarde?
-          Bah, son las 7, voy al cine…
-          ¿Me invita?

Daniel no estaba seguro de hacerlo. Ella era su asistenta, no pasaba de 22 años: una niña, como lo fue su esposa alguna vez.

-          Te invitas sola –rió Daniel sarcástico.
-          Bueno, dice que va al cine y…
-          Voy en taxi. El centro comercial está cerca y al terminar la función, regreso y saco mi auto.
-          Hay una película que quiero ver.  Lo acompaño.
Daniel no le podía decir ni sí ni no; solo se dejaba llevar. El «bueno, vamos» le resulto algo así como, estoy solo, soy mayor y es como mi hija…
-          Me encanta hablar con usted, porque cada vez que descubro algo, usted ya lo sabe.
-          Es porque tengo más años, simplemente. – Dijo Daniel enfatizando el tiempo.

No es que lo supiera, simplemente eran los años. Daniel desde muy chico leía todo lo que le caía en sus manos: libros, enciclopedias, revistas y hasta posologías de vademécum farmacéutico. A los 25 años ya se había devorado a todos los autores del ‘boom’ latinoamericano y las obras completas en 100 tomos de literatura universal. Desde la Ilíada a la odisea, pasando por Hemingway, Steinbeck  y John Dos Passos. Aprendió algo de la redacción de Truman Capote, y de Henry Miller y sus Trópicos. Una vez escribió en su fase que le encantó a Gloria: «Vivir sus deseos, agotarlos en la vida, es el destino de toda existencia». Así que cuando Gloria le habló de Milán Kundera, él le podía contar La Increíble levedad del ser, como si la hubiera escrito.


-          ¿Apuesto a que no conoce a Jorge Amado?
-      Me encantó Jubiabá, su primera novela; pero me quedo con Doña Flor y sus dos maridos. Gabriela, Clavo y Canela era una continuación. Mies Roja, Cacao y Uniforme, Frac y camisón de dormir, no, porque las consideraba obra de final de la vida de un escritor, como Memorias de mis putas tristes de García Marques y Memorias Don Rigoberto de Vargas llosa. Yo pienso que ellos no deben morirse nunca, sentenciaba.
-          Usted lo sabe todo, profe.

Daniel asombraba a muchos de sus alumnos así, pero él no se asombraba nada. Leer no era divertido: «He leído tanto y hasta ahora no sé para qué», se decía medio en broma y medio en serio. Por eso, su exesposa, quien casi lo idolatraba al escucharlo, y lo seguía con fervor casi devocional. «Mejor me cayo… no quiero recordar», mirando alrededor y cuidándose no hablar en voz alta.

En un ambiente académico Daniel era perfecto, salvo que la mayoría lo consideraba muy ‘alaracoso’ para ser intelectual. Cantaba y bailaba muy bien y por eso a veces lo llamaba figuretti o poco serio.

-          A mí que mierda – se le escapó.
-          Qué hice, profesor.
-          Nada, Gloria: pensaba y eso es mi problema…

Gloria se estaba acostumbrando de sus arranques de memoria auditiva. A veces, mientras trabajaban en multimedias o video, cuando esperaban que renderizaran las ediciones, Daniel hablaba solo. «No estoy loco – reía, y trataba de excusarse con un todo que nadie, ni él, podía creer-: Así soy: mejoro mi diálogo interior, pero a veces se me escapa», y reía. Al menos él sentía que con la explicación, lo dejaban de mirar como raro, y más un poco como algo excéntrico y solitario, sin dejar de ser divertido cuando de fiestas se trataba.

Uno de sus amigos le recomendó que escribiera y que soltara todo ahí, como una forma de catarsis, pero él lo consideraba algo absurdo escribir para leerse él mismo. Ya bastante tenía con auto convencerse, o intentar explicarse cosas que quizás jamás entendería, porque no era alguien a quien aconsejar. Podía ser bueno y hasta excelente profesor; pero un pésimo estudiante de su propia cátedra.

-          ¡Canchita! – exclamó Gloria con voz de niña, casi como el de su hija, al entrar al cine.

Regresaron a la universidad pasada la 10 y Gloria bajó del taxi detrás de Daniel.
-          Que el taxi te lleve a tu casa.
-          Quiero un café antes que cierren, profesor.

Daniel sacó su auto con «roche» de la universidad y estacionó cerca al café, que aún estaban abierto a esa hora y Gloria lo esperaba con un moca doble. Él se pidió un capuchino y empezaron a comentar la película. Para no monopolizar la conversación, como profesor, prefería hacer preguntas y Gloria contestaba como en un examen oral, pero con la confianza en no querer aprobar ni ser aprobada en nada. Y eso le encantó

-          Esa parte no la entendí; pero ahora que lo dices, sí: tiene lógica.

Daniel sintió ese «lo dice» muy familiar y casi como una falta de respeto. Miró a su alrededor, y se percató que de lejos, estaban dos profesores más que lo saludaron, como esperando a que voltee para darse con sus miradas de inquisidores. «Qué roche», se dijo.

-          ¿Te llevo a tu casa?

Gloria asintió con la cabeza y se paró, no sin antes ir al baño para arreglarse. Daniel esperaba y se pidió un pastel de menta y, cuando daba la vuelta, sus colegas desde sus respectivas mesas, brindaban con sus cafés. No sabía si acercarse o no, porque seguro empezaría con sus comentarios. Total, él estaba separado ya tres años y volver a salir con alguien no tenía nada de malo. Aunque gloria, con sus 23 años, prácticamente iba a ser considerado casi un pedófilo y le podía costar el trabajo.

Salieron del café y subieron al auto. El perfume de Gloria le llamó la atención, pero no quiso preguntarle: esos detalles es mejor olvidarlos.

-          ¿Tengo mala suerte en el amor, profe?

La pregunta era poco propicia, íntima y desafortunada en ese momento. Cuando hablaba con alguien de amor, terminaba hablando de sí mismo, o tratando de compararse, y eso, era lo peor.

-          Mi primera experiencia fue a los 14, profe, y nunca ha sido igual.

Daniel encendió el auto y Gloria hablaba y hablaba sin parar. Que se sentía feliz porque no sufría, que salía con quién quería y que todos eran iguales. Trabajo, universidad, casa, fin de semana con las amigas, amigos que conocer y cosas por el estilo hasta que:

-          Me gusta tu conversación.
-          No me tutees, Gloria.
-          Estamos fuera de la universidad, la noche es joven…

«Pero no virgen», se dijo para sí, sin dejar de reír.

-          Al menos por primera vez lo veo sonreír – y como preguntándose a sí misma, gloria remarcó:- Verdad: nunca lo he visto sonreír.

Daniel entonces supo qué hacer: apretó el botón.

viernes, 9 de agosto de 2013

8 Dos más dos no son cuatro

“AMOLADO”, ESA ERA LA PALABRA ADECUADA para definir su estado de ánimo. Una especie de adaptación a las circunstancias en las que vivía, una explicación, un vanagloriarse de todo lo que tuvo y perdió, y que no debía por ningún lado, asomarse la pena ni la tristeza. Daniel recordaba todo, pero sin culpa. “La culpa mata”, se decía. Pero no dejaba de dar vuelta en su cabeza que había fracasado, y si acaso lo entendía, debía de algún modo, sacarse la pena por el pasado, y mirar el futuro con entusiasmo.

«No se puede tener visión sin tener un sueño», decía en clase, mientras sus alumnos dejaban de chatear en los celulares, dispuestos a escuchar un ‘trance del profesor’. Daniel siempre empezaba el tema del día con una reflexión sobre lo que había leído y asimilado mientras viajaba por la carretera. Su objetivo era tratar, más allá de llenar de conocimientos a sus alumnos, modelar una actitud, una forma de pensar.

-          Dos más dos, no son cuatro –dijo de pronto para sorpresa de todos.
Y empezaba a decir que dos hombres y nos mujeres no son cuatro personas, ni si quiera cuatro individuos. Podían ser dos parejas… Incluso, funcionales o disfuncionales, «hay para todos los gustos». Pero en definitiva, dos más dos no son cuatro. ¡Depende!

-          A estas alturas de mi vida personal – dijo Daniel-, puedo afirmar que somos estudiantes eternos. Que estamos aquí para aprender. Que no somos perfectos…
Daniel sintió que sí, estaba en trance, que no se puede vivir sin sueños, el problema es que él no tenía ninguno. Todo el tiempo se había dejado llevar por el destino y que no había hecho nada para hacerse de uno, o impedir que se le venga encima. «Eres un egocéntrico, egoísta y narcisista», escuchó la voz de su exesposa…. A lo que él respondía siempre de la misma manera: «Viniendo de ti, lo tomo como un cumplido.» Pero lo cierto es que debía darse una respuesta urgente; lo malo es que estaba en público.

Mientras esperaba que su aula se llenara, pues sus alumnos llegaban tarde por la lejanía de la Ciudad Universitaria, o porque la gran mayoría trabajaba, Daniel aguardaba a cada uno, dándoles la bienvenida, que ellos agradecían por no haber tocado el tema de silabo aún.

-          Profe, -se adelantó un alumno-, me siento mal en donde trabajo.
Luego de la queja, los demás empezaron a hacerlo en coro. Definitivamente no estaban satisfechos con sus empleos.

-          Pero es normal, -le dijo Daniel- es parte de su crecimiento.
Daniel les explicó varias cosas, entre ellas que lo mejor del crecimiento es sentir insatisfacción. «Es como cuando sientes que te aprieta el zapato. Si no lo cambias, el zapato terminará por deformarte el pié… La única solución es cambiar de zapato.»

-          Pero, profe, no podemos cambiar a cada rato… El trabajo no está en todas partes.
Eso es cierto, -dijo Daniel jalando una silla y sentándose-, pero la ideas es no ir hacia el trabajo sino que éste venga a ti. Eso se llama competencias. Hay en el mundo un lugar esperando, un sitio adecuado donde liberar todos tus dones, habilidades y talentos. Ese lugar no lo tienes que buscar; lo tienes que atraer. A veces, estás parado encima de él, y no te das cuenta. Hay personas que entran como estibadores y terminan como gerentes de tienda; y otros, cuyos talentos artísticos los lleva a representar a la empresa, a ser los “figuritis”, los graciosos, para luego trabajar en relaciones públicas. Otros hasta toman fotos y hacen videos, y terminan en capacitación. La cosa es saber qué es lo que te hace ser diferente de los demás, y apuntar en esa dirección.

-          Profe, yo bailo marinera norteña, y en la municipalidad donde trabajo, siempre bailo cada vez que se puede, y me cae un dinerito….

Esa es la idea, hacer algo más que los otros no pueden hacer. En la gran mayoría de veces, nos especializamos en nuestras propias carreras, y terminamos siendo especialista; pero un sueño personal, una habilidad íntima, un don particular, terminamos por ahogarlo en la rutina, de ser mejores, más habilidosos en lo que hacemos, y nos olvidamos de ser. ¿Y saben por qué? Porque no creemos en nosotros mismos. “Eso de bailar no te hará millonario”; “actuar no te hará actor de cine”, los «¡noes!» están siempre insistiéndote, todo el tiempo, toda la vida, hasta que terminan por vencerte.

-          Profe, pero venimos a ser profesionales… Hacer una carrera y vivir de ella.
Por su puesto, que no hay nada más valiosos que vivir de lo que haces, piensas y sueñas… pero hay algo más en todo eso.

»Daniel recordó a José Sotero, su antiguo amigo de la secundaria. Se casó a los 18 años y a los 40 ya era abuelo. Policía de profesión, trabajó en una división de fuerzas especiales. Siempre fue un deportista excepcional, un futbolista que hubiera podido ser profesional, pero que la vida le adelantó la vocación de padre. Así que como deportista, pronto destacó en la escuela de policía. Lo llevaron de entrenamiento en entrenamiento, y a ser segundo al mando de operaciones especiales en el Vraem. Al cabo de unos años, se dedicó a la instrucción de comandos policiales y pronto viajó a Rusia, Francia y España. Viajes que lo molestaban mucho, porque lo alejaban de una actividad especial para él: entrenador de futbol del Santiago Barranco.
»Todas sus habilidades aprendidas, disciplina, trabajo en equipo, habilidad, destreza, combinaciones de juego, capacidad de aguante, lo derrochaba con sus pupilos en las canchas de futbol del Estadio Unión. Todos los domingos dirigía a su escuadra como si fuera una batalla, una guerra que debía ganar, con la menor pérdida posible de ánimo, que es lo que debía crear, más que el entrenamiento propio del equipo. Antes incluso de empezar el campeonato, hacía que los once Santiaguinos acariciaran una copa de oro. Daban tres golpes con el pie, “a paso de vencedores”, y durante 7 años que dirigió al equipo, 5 había logrado el campeonato.
»Pero Sotero vivió muchos años en una quinta en Barranco con su esposa y tres hijos. Su sueldo no alcanzaba para satisfacer todas sus necesidades, pero él vivía feliz, viajando y entrenando a su equipo, aprendiendo y tratando de utilizar las técnicas policiales al manejo de la actitud y pensamiento de guerrero para su equipo de barrio. Nunca dejó de jugar pelota. Era como decirles a todo el mundo que es fácil, que todo es fácil. De esta manera, el mejor colegio becó a sus hijos; y estudiaron gratis inglés y francés. Su esposa no creía en él, pues muchas veces le dijo que su sueño parecía ser el de entrenador de futbol de la selección, y no hacía nada para lograrlo. Hasta el día en que le dio un beso a su esposa, y le dijo: “Renuncio a la policía y al equipo”. Por un momento se alegró, cuando dijo “equipo”, pero no cuando mencionó "renuncio a la policía”. Era como si la jubilación y la vejez hubieran llegado de golpe. Pero no fue así: “Me contrataron, -dijo Sotero con una felicidad sin límites- en el Club Tenis para dirigir al equipo de futbol. Quieren que llegue a primera división, voy a ganar 7 veces lo que recibo ahora y tengo un contrato por cinco años, irrevocable. Ya tengo hasta un curso de alta dirección deportiva en la federación…” Y Sotero siguió y siguió, entonces se dio cuenta de todo.

Sus alumnos quedaron fascinados. Cuando llegó la hora de empezar la clase, todos estaban presentes y sabían que lo que aprenderían hoy, tenía un propósito.

Le cuento una cosa, dijo Daniel, cuando era niño era muy torpe jugando a las bolitas, al trompo o a volar cometa. De verdad, torpe, casi un autista. Un día aprendí, decidí hacerlo. Nunca supe para qué hasta hace unos días: le enseñé a mi hijo a jugar bolitas y a volar cometa. Y no saben ustedes la maravillosa tarde que pasamos juntos. Sé ahora que él hará lo mismo con el suyo y quizás no esté para verlo, pero de alguna forma, estaré ahí.
Daniel miró la ciudad por la ventana, las luces amarillas, la noche cerrada y sin luna,  el cerro San Cristobal, la cruz encendida y él en llamas…

Entonces, volvió a la realidad y dijo:
-          A veces, muchachos, somos como veleros, esperando los mejores vientos; y otras, como cometas, solo podemos volar, cuando el viento nos viene en contra. Pero en ambos casos, debemos tener presente que somos nosotros los que llevamos el timón… -Y finalizó-: Por eso, dos más dos, nunca serán cuatro,… se los aseguro.

-          «Depende», profesor – Se adelantó un alumno como buscando un punto extra.

-          Sí, ‘depende’ a veces de qué, pero nunca de quién. Somos la suma de nuestras decisiones.

7 La muerte no sonríe: así es su cara

-          ¡No vuelvo a tomar nunca….!
Fue lo primero que dijo Daniel al despertar pasada la 1 de la tarde. Debía dar clases en la noche y entre piqueos, rock, y recuerdos alegres, tenía la cabeza debajo de la cama.

-          Levántate y brilla, como las luciérnagas: solo alumbran cuando vuelan… - se dijo.
Recordó los tiempos en que se hacía ánimo para levantarse y, ahora, a su edad, tiene que darse ánimos para conciliar el sueño antes de las doce. Las amanecidas trabajando en su estudio, editando videos, escribiendo, planeando cosas y clases,  lo había llevado a un estado de ansiedad, que incluso lo condujeron al borde de una subida de azúcar, producto de las tensiones. Dolencia que casi lo mata a raíz de su separación con su exesposa, pero que con meditación, una terapia gestals y los consejos de muchos amigos, había terminado por dominar casi por completo.

Cuando llegó a la universidad, sintió el aroma de Marita. “Qué raro: pensé que eran las flores del velorio, pero acaso ¿ella andaba en mi auto ahora…?”
Miró por sus cuatro lados al descender en la cochera de la universidad. “No, no está”. Sacó su maletín, y se fue a la oficina de coordinación académica, para recoger su acta de notas.

-          “Qué dolor de cabeza”, atinó a decir en lugar de saludar. Una forma clara de decir: “no me hablen”.

Mientras Daniel se concentraba en cómo plantear su clase de otro modo. Algo interesante, retos quizás, vio a Lizet saliendo de la oficina de Bienestar social. Tenía la cara demacrada y sin brillo. Fue su alumna el ciclo pasado, y lo único que ella atinó a hacer, fue a abrazarse, y decirle: “Casi le fallo, profe”.
Daniel vio el virus que la inundaba los pasillos de recepción de la facultad. El aliento de Lizeth le resultaba aterrador: mescla de dentífrico y flores húmedas, como del velorio de la noche anterior.

-           “Me quise suicidar”…  -Dijo ella.

-          ¿Por qué no lo hiciste de verdad?- Respondió Daniel frío y tajante
La madre de Lizeth que estaba unos pasos atrás, se sorprendió por la dura respuesta de Daniel, pero se quedó callada. Le estaba hablando un catedrático universitario, y por lo visto, sabe lo que dice. Al menos, era más fuerte que el padre de Lizeth, que lo único que hizo fue reprocharle por lo idiota de su actitud y amenazarla diciéndole: “… No cuentes para nada conmigo. Ya eres mayor de edad y puede hacer lo que quieras”.

-          Por eso, profe… Casi le fallo.
Daniel recordó sus clases y de las recomendaciones que daba a sus alumnos. Cada palabra provenía de lo que ellos mismos le contaban. Novios que se van, novios que regresan. Novias que quieren estar y otras que no se van. Un complejo laberinto de relaciones inconclusas y nada sólidas. Una fuerte liberación de la libido juvenil y las ganas de crecer. La necesidad de buscar pareja y no tener si quieran donde vivir. Matrimonios que terminaban viviendo en la azotea de la casa de alguno de los padres, en un cuarto prefabricado sin probar si pasa la lluvia; o, en el mejor de los casos, buscando visa para irse a otro lugar. Una necesidad de hacer todo de una vez, como si la vida se fuera a terminar mañana.

-          ¿Qué vas a hacer ahora?
Lizeth le contó toda su historia, casi una novela mexicana: él la invitaba, la llevaba a muchos lugares, le compraba cosas, la quería a ver a diario. La vestía y hasta le regaló un celular caro. Al final, la embarazó. Él no quería, así que le dijo para vivir juntos, pero que no debían tener hijos. Ella aceptó el aborto y se fue a vivir con él.  Terminaron viviendo en la casa de sus padres de él, en un complejo habitacional.

-          El camión de transportes que manejaba, era alquilado. La casa también. No tenía ahorros. Todo era una farsa. – hablaba descontrolada.
Que él la dejaba en casa, y seguía saliendo. Que estaba viajando en provincia, hasta que una amiga la llamó. “Jonathan está en la disco, bruta”. Ella salió de casa al promediar la media noche. Lo vio: en plena fiesta, bailando como loco.

-          Perreo, profe, perreo…
La decepción puede ser muy dolorosa, pensó Daniel en voz alta; pero es mejor que vivir una mentira. Ambas van a lo mismo, y no es bueno morirse de a poquitos. Cada quien atina a aferrarse a lo que tiene a la mano; y no a lo que necesita.

-          Yo me aferré a un sueño estúpido… Y a un estúpido también.
Por qué le echas la culpa a él si fue tuya. Todos vemos lo que queremos ver. Eso es el principio de nuestros errores. Pero tampoco es verte tal como eres. Pero aún, cuando no has tomado control de absolutamente nada: te vas a ver fea, feísima.

-          Entonces, profe…
No es momento de hablar, porque bajo “anestesia”, nada vas a comprender. Intenta ver las cosas cómo son ahora. Reconoce que es algo que nunca quisiste sentir. Aférrate a ello: llora, grita, insúltate… pero:

-          No te tires por la ventana, ¿de acuerdo?

Cuando te quedes dormida de tanto llorar; despertarás llorando aún más. Eso es bueno, muy bueno. Luego, ponte en el lugar de tu mamá y mírate.

-          Debo estar horrible…
Ese es el primer paso: estás horrible, fea… Ponte todo lo fea que quieras. Pero, en un momento, trata de mírate dentro de 10 años… Mírate graduada: trabajando en una gran empresa o teniendo tu propio negocio. Decidiendo a dónde irás a pasar las vacaciones, qué carro te comprarás a fin de año, que tu hijo te pida algo y saques de tu cartera algo que no tienes ahora y que ese día tendrás. Amanecer en los brazos de alguien que valga la pena, que te respete y no sea como el “camionero ese”. Una vez que tengas esa visión, ya no te verás fea: irás hacia esa mujer, y a vestirte con esa nueva mujer.

-          Profe, estoy llorando… Eso nos dijo en clase y recién lo puedo entender.
Nunca será por lo que veas ahora, sino por pienses que debes ser. Cuando sabes a dónde vas, visualiza tu llegada. No pienses en cómo. El cómo pudre, te llena de miedos. Te da evidencia que no puedes hacer, que no lo lograrás. Óbvialo: Elimina tu vista, guíate por visión. Sobre todo, hay quienes dirán que eres una tonta, que no cambiarás. Sacaran cosas de tu pasado para hacerte desistir. Los que tiene  vocación de “cuco” te dirán: «No es para ti, no puedes, es imposible, ¿quién te crees?» Recuerda que nadie es dueño de uno y menos de su propia voluntad, que es igual a tener valentía de asumir los errores y el coraje de cambiar las propias circunstancias.

-          Gracias profesor - se adelantó la madre de Lizeth.

Su alumna tenía la mirada perdida… Todo desaparecía: el profesor, la madre, la facultad, los alumnos, la gente que circundaba.  Lizeth experimentaba algo que Daniel sabía muy bien: «Cuando hay esperanza en el futuro, crea poder en tu presente.»
Daniel necesitaba creer en sus propias palabras. Nuevamente se vio cara a cara consigo mismo, al entrar a la oficina y verse en las lunas polarizadas de la puerta principal. «Si hay fe en el futuro hay Poder en el presente». Daniel sabía que esas palabras eran poderosas; pero el problema de Daniel, es que a sus 50 años, creía en pocas cosas en realidad.

El problema de Daniel era otro: él cultivó su espíritu, pero no su mente; no le gustaban las cosas, por eso no adquirió nada. «Cada día traería su propio afán», se decía, porque de esa manera había conseguido todo, pero no era dueño de nada salvo de su propia vida. Hizo todo lo contrario a un hombre común: se hizo débil para hacerse fuerte. Pero en realidad, estaba solo. Él solo se sostenía de sus propias palabras, y eso es lo que mejor hacía, así que a eso se había avocado con todas las fuerzas que le quedaba aún. Decidido a cambiar la vida de otros a fuerza de palabras, «porque al decirlas, las crees y si las crees, las puedes crear», pensaba.

-          Tengo hambre. Mejor me voy a almorzar –se dijo Daniel, como hablando con alguien al costado de él.

6 Nadie es para toda la vida, porque nadie dura toda una vida.

DANIEL ENTRÓ A AULA DIEZ MINUTOS ANTES de comenzar la clase. Tenía un deseo de ver su correo electrónico, pero en clase y con el multimedia prendido, los alumnos verían con quién conversaba o qué recibía como mensajes. Y, aunque no tenía nada que ocultar, era lógico y hasta caballeroso, evitar que se violara, por negligencia o exhibicionismo, su intimidad comunicacional. Pero, abrió el buzón y ahí estaba: “Aviso de defunción”.

La esposa de Tomás Solórzano había muerto. Daniel los conoció siendo estudiantes. Una pareja encantadora, llenos de sueños compartidos. Se compraron un terreno en Chaclacayo y construyeron su vida ahí. “Velatorio en los jazmines 9976”. Todo un mundo de recuerdos, salidas en pareja, cine y playa juntos, hasta que la distancia prevaleció entre su amistad y la simple acción de vivir.
Apenas terminó la clase, Daniel subió a su auto y emprendió viaje al este, unos 30 kilómetros al otro lado de la dirección habitual. La carretera estaba libre a esa hora, pasada de 10 de la noche, y estaría llegando en 30 minutos. Daniel pensaba: «Una pareja envidiable, termina con uno de ellos, terminará con ambos luego.» No quería pensar en la muerte porque todo el tiempo hacía lo mismo. Después de los 50, es casi una obsesión para muchos y Daniel no era una excepción.

Al llegar, no podía estacionar: toda la cuadra estaba llena, así que le tomaría más tiempo ver a su amigo de los años universitarios. Cuando lo hizo, vio la casa y, lo que recordaba como un lote cercado por una pared de adobe, era todo lo contrario. Un muro blanco con tejas rojas. Al entrar, todo era verde. Unos quinientos metros cuadrados de jardín. Un ranchito lleno de verde y una casa, parecido a un pastel, en medio. Rodeado de ventanas de cristal, era todo al revés: parecía un invernadero, pero el gras japonés, pequeño y verde; los árboles frutales y las plantas que remataban en el zócalo de la casa, contrastaban bellamente: la casa estaba en el centro de ese jardín, como si fuera un paraíso.
Daniel miró con los ojos cansados y nubló la vista por un instante: era un cuadro impresionista. Un jardín en medio de la gente que a esa hora, y con toda la noche por delante, llenaba el recinto. Tomás tenía muchos amigo y Daniel era uno de ellos; pero no uno más.

Cuando lo vio, era otro hombre. Vestido de riguroso luto, se veía más joven, más radiante. No era lo que esperaba. «Zorro, tiene una amante», pensó maliciosamente. Ambos se miraron y un abrazo fuerte de hombres maduros, aterrizó el pensamiento de Daniel: «Gracias por venir, hermano… Pero ven… Aquí está Christian y el negro Barreto. Neyra y Caballo loco.»

Todas las clases universitarias, las exposiciones, los trabajos de amanecida en los tiempos de estudiantes universitarios, volvieron como si apenas hubiera sido ayer.
Daniel se enteró Esther murió de cáncer al colon. Que desde que la detectaron, nadie se enteró. Ella no quería lástima de nadie. Ambos la pasaron solo. Que los últimos meses fueron espantosos. «El cáncer, dijo el negro Barreto, no pone a prueba a quien lo padece, sino a quienes están alrededor… Es como cuando un barco se hunde: solo quienes te aman, permanecen contigo… Y solo las ratas huyen primero.» Barreto tenía la voz de la convicción y la rabia. Daniel prefirió no ahondar el tema, porque en tales circunstancias, podemos abrir heridas no cerradas y es preferible dejarlas ahí.

Al fin, Tomás se acercó al grupo. Daniel se adelantó: «La vi, Tomás, está bella. No perdió el pelo y el maquillaje la puso tan bonita que cuando andábamos juntos….» Tomás se alegró: «Ella me pidió eso. Sabía que vendrían y quería que la recordaran como los tiempos de las clases…» El viudo hablaba tranquilo, sereno, pausado, sin emociones negativas…. Algo raro sucedía y a Daniel, lejos de sentir un escalofríos por tamaña indiferencia al dolor, se atrevió a preguntar: «¡Debe ser doloroso perder a la mujer que amas», no sin sentir una sensación de querer expresar: “tienes tu calentado, tu anticucho, tu chicharrón por ahí”.

-          Amo a mi esposa como nadie. Ella es todo para mí, pero ahora debe ser más feliz que yo, y yo soy feliz por eso.
Tomás habló de muchas cosas. Que el dolor que sentía era brutal; pero que era una emoción. Que el sentimiento de amor, bondad; la paciencia adquirida en los meses de estar a su lado, lo había hecho valorar la vida, pero también a valorar aún más la muerte, como una meta. Que de alguna forma, la sumatoria de nuestros actos nos conducirán ahí: «Ella lo era todo, y nos dejó con mucho más, como para que su ausencia no se sienta», dijo al final.

Daniel no podía imaginarse estar en el lugar de Tomás. Con su separación y el divorcio en trámites. Con tres hijos a los que no ve, le daba vergüenza hablar de su vida. Estaba maduro, tenía experiencia, pero aún no sabía responder a la presión de la vida. Era muy consecuente y sabio para otros, quizás para dar un consejo. Pero Daniel no se veía al espejo y hablaba con él mismo. Se dio cuenta que no era bueno ni bondadoso. Tenía tanta rabia y cólera dentro, que solo la autoestima o la sobrestima quizás, podían hacerlo avanzar ahora; después de eso, nada… Fue cuando le saltaron unas lágrimas que disimuló con un bostezo. Tomás lo miró y continuó.

-          Hay momentos es que es necesario perdonar. Yo perdoné a Dios primero, aceptando que hasta él se equivoca y tarde o temprano sabré si fue para bien o para mal. Luego me perdoné a mí, por dudar. Luego perdoné a cada uno de los que hicieron algo en mi contra. Creo que ese orden es el adecuado para salir de la carga de la vida de otros, puesta sobre tus hombros.
Tomás construía con palabras lo debía hacer. Daniel fue al baño, se miró al espejo. Empezó a hablar consigo mismo. Durante mucho tiempo había decidido apagar sus sentimientos. Su separación lo había devastado, destrozado el alma y lo único a lo que había atinado era apagarse, y llenarse de autoestima. El espejo le decía lo contrario. Aunque estaba más joven y fuerte para su edad, estaba solo. Por primera vez sintió que estaba solo. Entonces: lloró como nunca lo había hecho.

Cuando salió del baño, nadie quiso comentar. Eran pasadas las doce de la noche y solo quedaban los viejos amigos. Decididos a amanecer con Tomás, fueron a sus autos y sacaron Piscos, galletas y piqueros. «Guajajajá, ¡como los viejos tiempos!», dijo ‘caballo loco’ Espino.
Daniel escuchaba atentamente hasta que el sol apareció con su amarillo metálico que solo se ve en la sierra y en la casa de Tomás. Le tocaba a él escuchar y poner en práctica esos consejos. Su vida estaba arruinada, pero tenía una vocación de constructor, que quizás esa era las respuestas para encontrar un propósito a todo. Daniel reflexionó: “Puedes encontrar vida en medio de la muerte… Que mientras estés vivo, hay una posibilidad”.

Sin querer, la expectativa de ver ese día, en ese lugar, el fin de algo, pudo darse cuenta de que podría ser el comienzo de muchas cosas. Entonces, sonrío como lo hacía Tomás y Tomás le devolvió la misma sonrisa. Todos empezaron a reír. Cantaba viejas canciones de Rock de los 80’. De pronto se percataron que estaban completamente borrachos, cantando, felices… «Y soy un loco, que se dio cuenta, que el tiempo es muy corto», y mientras cantaba los ojos de todos estaban rojos, casi llorando, pero todos seguían y cantaban sin parar… porque la felicidad es un decisión, y ellos había aprendido eso en aquel momento, tanto, que hasta Esther, dentro del ataúd, parecía sonreír también.

5 Ponte al día

 -          Profe, ¡despierte!

Carmencita, la secretaria de registros académicos, lo regresó a su realidad.

-          ¿Quién es su amiga? … Linda.

-          ¿Marita? Una antigua alumna… Sí, muy linda.

-          Fashon, profe, fashon.
Marita impresionaba. Sobre todo, el perfume que dejaba tras de sí. Le había dejado su fragancia en la mano y en la mejilla, suave y a la vez, permanente. Un exquisito aroma a mujer perfecta.

-          Es ejecutiva de un banco… Pero tú, vi que te pusiste de novia en el face, ¿cierto?

-          Sí profe, pero eso es hace un mes. Ya vivimos juntos.
Con Carmen habían hablado de eso hace unos meses, durante los almuerzos. Que el amor de pareja era tener convicción, saber que vas a envejecer con él o con ella, que nada podrá separarlos. Aceptar esa condición, es parte de tener convicción. Luego, compromiso, de hacer algo por ella, por él, por ambos. Mirar hacia futuro y saber compartir el plan de vida; respetarse si están juntos en ella, y tolerarse si no. Esas dos condiciones moldearán el carácter.

-          Pusiste la carreta delante de los caballos.

-          Soy moderna, profe, un papel no va a demostrar lo mucho que nos amamos.
De cierto que no pero es necesario. Pero una relación basada en el adelanto y no en el proceso, siempre termina. «No sé si bien no sé si mal, pero termina» , pensó Daniel.

-          ¿Va a almorzar profe? – «vamos», dijo Daniel.
Mientras almorzaban vio a una pareja de universitarios que discutían en voz baja, pero con violencia brutal. Luego ella se paró y le tiró la sopa a muchacho, que por acto reflejo, se retiró a un lado.

-          ¡Siempre haces lo mismo…!
«Está entrenado el muchacho», se dijo Daniel para sí, viendo la perfecta reacción a lo Matrix.

«Esa es una de las razones que no hay que poner la carreta delante de los caballos. Conozco a ese alumno, y a ella también.» Daniel hablaba mientras comía lentamente. Del amor ‘baba’, ese que te mete ‘letra’ y que te convence, mientras abres las piernas. Cuando ves que no resulta, empieza el amor “moco”, y disculpen en el almuerzo, pero ese que llora: ‘no me dejes porque me mato’, ‘sin ti no puedo’, ‘si me dejas, dejo la universidad’. La combinación perfecta para mantener el flujo del amor ‘semen’.

-          Profe, no sea cochino.

Daniel prosiguió como si no hubiera escuchado.
«El amor ‘semen’ es ese que te ‘pone al día’ el fin de semana: Cine, fiesta, una comidita: puesta al día. La siguiente semana, sábado, una fiestecita, un anticuchito: puesta al día… Así pasan los años y crees estar bien. Luego te ves que otras han conseguido todo, mientras que tú sigues poniéndote ‘al día’. La envidia entra en juego y empieza la destrucción, porque encuentras a un culpable: y ese duerme contigo.

-          Profe qué fuerte… Está agarrando carne.
Pasa siempre. A veces presionas, entonces ‘moco’ o ‘baba’… Listo: convencida. ‘Puesta al día’. Cuando despiertas de eso, rompes con todo, pero la idea ya está en tu cabeza. Entonces ahora haces que te compren cosas y vuelta a lo mismo. Fin de semana, puesta al día, listo. Te pones quisquillosa: un anillo, un arito, un par de aretes, ‘detalle’, puesta al día, y otra vez en los mismo: sin convicción no hay compromiso… Puede que aparezca alguien más y….

-          Profe no siga…
Es algo que digo siempre a mis alumnos: convicción, compromiso y carácter. Vivir en pareja es lo más difícil, casi imposible. Hay que tener los valores muy sólidos o puedes convertirte en algo que no quieres. El tiempo se la cobra caro, muy caro tal vez.

-          Profe, ¿habla por experiencia propia?

-          Sí.
Daniel paró de comer. Se miró en el espejo del restaurante.

-          Profe, conmigo pasa algo raro. Al convivir con mi novio, al hacer el amor –y disculpe que le diga esta intimidad-, me canso, me agoto… No quiero levantarme. Siento que he perdido mi libertad.
Daniel se limitó a escuchar.

-          Estoy cansada. He cometido un error y creo que no lo puedo remediar. Como usted dice: caí en la trampa. Ahora no hay ni “moco” ni “baba”, y sobra lo demás…
De alguna forma estás viviendo la experiencia. Pero, el día a día, las cuentas, la tarea de llenar la casa de cosas, puede adelantarse y hasta hacer desaparecer el objetivo del proceso….: Vuelve a tu casa… Cuando estés segura, cásate de verdad. Si no lo estás, aún es tiempo. Las cosas importantes como el hacer una boda, pueden ponerse a un lado por lo urgente: pagar la luz, el agua, el teléfono o el bebé que se adelanta…. Lo que es de verdad importante, deja de ser, y la urgencia, se instaura en tu vida.

-          Sí, profe… solo espero que tengamos ambos seguridad.
No, eso no. Lo que tienes que adquirir ahora es paciencia. Busca un mediador. Un psicólogo, un cura, un pastor… Pero hazlo… Puedes desatar cosas que no conoces y ni querrás conocer.
Carmen se levantó. Estaba aliviada, tenía una salida a lo que le estaba pasando. “Gracias profe”, y de pronto, sintió el perfume distinto. Sobrio, natural, con un fino olor adolescente y Daniel recordó: “Serás experto en lo que más hayas fracasado”.

4 Un error es un error hasta que decidas corregirlo

OSCAR TENÍA 18 AÑOS CUANDO CONOCIÓ A BEATRIZ, una ejecutiva de un  grupo inversor, de 38 años y catedrática de una universidad privada, a la cual él había ingresado. Divorciada y con dos hijos que vivían con ella y con el padre itinerantemente. Cuando entró a la clase, ella se impresionó por la tez ligeramente oscura de Oscar, que contrastaba con los demás, provenientes de los mejores colegios de élite de la ciudad. “Julio Iglesias”, pensó.

Oscar no era bueno en matemáticas así que la profesora de financiera pronto lo invitó a salir para discutir y ayudarle en los temas. Cada sábado iban a almorzar a “El salto del Fraile”, “La rosa Náutica” o el “Costa Verde”. Oscar se incomodaba porque no podía pagar la cuenta, y porque, además, no estaba vestido para esos lugares. De hecho, Beatriz lo convención para comprarle algunos ternos de moda, camisas y corbatas.

Antes de llegar a la universidad, cambiaban de lugar y él bajaba unas cuadras antes. La relación entre alumnos y maestros, aunque sea por consentimiento y mayores de edad, estaba prohibida. Pero como decía su madre “la mentira tiene patas cortas”, Beatriz fue llamada por el decano quien le advirtió que sabía lo de su relación con un alumno.

-          No puedo dejar la universidad, Beatriz –le suplicó Oscar.

-          Hazlo por mí… Tengo una carrera hecha. Pronto dejaré de ser ejecutiva, seré muy cara… La cátedra y mis asesorías serán mi futuro, y no lo puedo perder. Te amo. Mis años pasan, Oscar, entiende. Todo lo que hago, lo hago por ti.
Oscar no soportó las miradas indiferentes y sancionadoras de sus padres. El día a día se convirtió pronto en pesadilla, que decidió irse a vivir a un departamento en Jesús María, donde se encontraba con Beatriz. Ella daba la vida por él, literalmente hablando. Él respondía con lo que podía y con lo que tenía. Quería estudiar otras cosas, pero ella pagaba el departamento y sus gastos. Entró a trabajar a una empresa generadora de luz eléctrica y, aunque ganaba muy bien, tenía que pagar ahora, los restaurantes caros de Beatriz.

-          Voy a terminar mi carrera. Regreso a la universidad.
Cinco años habían pasado desde que dejó la universidad. Ahora estaba dispuesto a terminarla.

-          Otra vez con eso, pero si vives a cuerpo de rey, no tienes problemas, tienes trabajo, yo te lo conseguí.
Tenía algo más importante. Oscar conoció a Marita a la salida del colegio “Teresa Gonzales de Fanning”, mientras caminaba en las vacaciones de julio. Ambos se atrajeron y no importaba la edad. Él andaba con una mujer mayor, “¿por qué una chica menor no podría andar con él?”, pensó. Pronto se iban al cine, escondía los boletos. A veces tenía que ver la misma película con Marita y con Beatriz, y hacerse el sorprendido. O mirar a Beatriz de una forma tal, que la veía como Glen Clouse, en “Atracción fatal”. Entonces, se decidió:

-          Quiero que no vengas más…
Una escena de esas terribles de mujer abandonada a los 40 y tantos. Él recordó que el esposo de Beatriz, un día, la golpeó. Ella decía que a partir de ese día, “… él murió para siempre”. Ella lloraba, “…no quiero que me dejes, hice todo por ti, para ti… A mis años me enamoré como una tonta de un muchacho sin oficio ni beneficio.»

-          No te das cuenta que eres un “don nadie”, Oscar.
Fue cuando Oscar tuvo el motivo más que suficiente: la golpeó. Una mujer nunca perdona eso: y eso es justamente lo que él quería.
Beatriz nunca regresó y Oscar se sintió libre, poderoso, capaz de todo. Se llenó de sueños. Estudió en la universidad en la misma aula que Marita. Todo iba bien. Pero, al terminar la universidad,  cuando postulaba a una pasantía o como practicante, ya estaba mayor y el sueldo que le ofrecían, no cubría los gastos de él y de Marita. Tenía más de 30 años, un departamento que pagar y una chica a quien tener al lado. Un sueldo de practicante a los 30, resulta fatal. Marita, en cambio, sí podía: era joven, tenía la experiencia y recursos de Oscar para iniciar su carrera sin problemas. Marita brillaba por su soltura y madurez que Oscar mostraba y que había aprendido de Beatriz, y mientras una recién graduada brillaba con luz propia, Oscar se apagaba. Ya no era solo mayor: era viejo.
Ya no buscó ejercer su profesión: tomó lo que había. De alguna forma, el éxito de Marita llenaba ese vacío. Dejó de vivir su vida, por la de vivir la vida de ella. “Mientras tus triunfos sean tuyos y queden en casa, yo estaré bien, estaré satisfecho de no haberme equivocado de ti”, dijo alguna vez creyendo que con ello, mostraba especie de prueba de amor hacia Marita.

Entonces, acabó.
Tiempo después de ver a Marita, Daniel, buscó en el face y encontró la página de Oscar. Tenía 2 hijos y estaba casado con una puertorriqueña, y tenía un restaurante de comida peruana en La Florida y viviendo la vida que se merecía. Lo que leyó en su muro, fue muy aleccionador, y quizás la respuesta a muchas preguntas que no quería formular:

“Cuando tengas un sueño, trata de tener la certeza que es tuyo, y de nadie más”.

3 Un clavo saca a otro clavo

MARITA FUE ALUMNA DE DANIEL y, con sus hermosos 28 años, había logrado metas importantes. Llegaba en un auto nuevo y con una pinta de ejecutiva, con tarjetas, iphone y maquillaje caro. Se gradúo hace 5 años y estaba totalmente cambiada, aunque su cabello igual: bello, largo, lacio y sin necesidad de nada más.
Cuando vio al profesor no hizo más que abrazarlo fuertemente, apretando sus fuertes y poderosos pechos contra el pecho del profesor:

-          ¿Cómo está profe? ¿Qué cambiado está? Lo felicito… Está power… -Daniel rió.
Cuando era su profesor pesaba casi el doble y con una severa dieta ejercicios y pena autoimpuesta, había bajado 30 kilogramos de su abultado cuerpo. Tuvo que cambiar de ropa. Mandó al sastre sus ternos casi nuevos y otros, simplemente los desechó. Con las camisas no resultó igual, pues el cuello 44, quedaban bastante cómicos en su nuevo cuello talla 34 que lucía en la actualidad…

-          Sí… Creo que no me ha ido mal…. Pero tampoco bien. – Y de pronto, como cachetazo-: ¿Qué fue de Oscar?

-          Ya fue, profe…
Marita tuvo un novio bastante mayor que ella. Uno 10 años quizás. Entró con el programa de postulantes mayores de treinta, motivado por Marita que acababa de cumplir 18. Ambos iban a las clases muy puntuales. La edad y la experiencia de Oscar, lo hacía sobresaliente en las clases. La traía todos los días y la llevaba a casa también. Ambos estaban muy actualizados en libros, y los trabajos eran más que superiores, pues Oscar también poseía una carrea técnica anterior a la de Administración, por lo que era muy exhaustivo e incluso por encima de lo normal a lo que a redacción e investigación se refería.

-          Terminamos al salir de la universidad. Él quería casarse pero yo no estaba lista.
Luego le contó que renunció a su trabajo y se fue a España y terminó en los Estados Unidos, trabajando como mecánico, pues siempre estudió todo lo que tenía a su alcance. Marita en cambio, entró a trabajar a un banco y se especializó en temas financieros. Pronto se compró un departamento en la Molina y estaba súper bien.

-          ¿Y tienes novio?

-          Plural, profe…
No me gusta eso. Pero Marita intercedió al instante.

-          Necesito a mi lado alguien que sea más que yo, superior diría. Alguien que gane más que yo. Eso molestó a Oscar. Yo amoblé nuestro depa y él nunca dijo nada. Se acostumbró a eso.
“Renunciar al machismo, la hizo machista a ella”, pensó Daniel. Marita continuó:

-          Yo lo amaba, pero nuestros caminos eran otros… Ahora vivo buscando… -Dijo risueña.
 Cada momento sonaba el celular de Marita:

-          Esta noche, en el Starbuck… Y ¿de ahí?, jajajaja…. Hola, estoy ocupada para hoy, pero mañana, en ¿Señorio de Sulco? Tas misio o rebotó tu tarjeta, jajaja…
Daniel la miraba atentamente… Marita seguía haciendo agenda.

-          Solo vine a ver los costos de la maestría, pero pienso hacerlo en una universidad europea. Necesito Level…

-          Sí, entiendo… -Daniel muy punzante: ¿No estás enamorada?
Marita explicó que después de 30. Que falta mucho –vanidad femenina-, que la vida estaba para gozarla y no para sufrir por nadie.

-          ¿Nunca estuviste enamorada de Oscar?

-          Por supuesto que sí, a muerte, hice todo por él… No respondió. Sufrí mucho, ¿sabe? Pero aprendí: un clavo saca a otro clavo… ja ja. Nos vemos profe… Ah, y cambie de auto qué está con roche…

En cierto sentido tiene razón. No sé si está bien o está mal. ¿Yuppie? ¿Plástica? El amor cuando te llega pronto, luego termina por ser desestimado y lastimamos sin pensar. Dedicamos tiempo a justificar el daño que hemos hecho al otro. Total, eso no importa, porque el que estará hasta el final con nosotros, somos nosotros mismos. Es bueno acostumbrar a eso: “Vivir la vida y no dejar que la vida te viva”, misma Susy Diaz, la vedette excongresista, filósofa de barrio.
 
-          ¿Será cierto eso? ¿Tan simple, tan directo y tan efectivo también? – pensó Daniel


Y sin quererlo, la imagen de Oscar vino a su mente como un viento frío.